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viernes, 30 de septiembre de 2016

Una chica.

Ayer me topé con una chica en la escuela, parecía como de mi edad. Era de estatura media, pelo negro, lacio y largo, piel morena y ojos cafés. Estaba esperando a alguien, o algo, en mitad del pasillo, aunque podía sentarse estaba parada y quieta, como una estatua. Su mirada estaba perdida en el infinito y, en la expresión de su rostro, había un atisbo de dolor y tristeza. Se veía tan sola... Quizá recientemente rompió con el amor de su vida, y ahora vagaba por los pasillos de la escuela, envuelta en soledad. Tal vez su perro, su más querido amigo, acababa de morir tras una enfermedad que mermo sus ánimos... o tal vez, simplemente, la chica acababa de notar el sin sentido de la vida, el sin sabor de la monótona rutina diaria, lo inservible de sus actos, el vacío de su existencia.

Sea como fuese, el verla causaba una sensación de pena, de tristeza y de dolor compartido. Quería acercarme y preguntarle -¿Qué a pasado? ¿Necesitas ayuda?- pero me dio vergüenza y miedo inmiscuirme en sus asuntos. Así que, aparte la mirada y seguí caminando por el pasillo como si no hubiese visto nada.  Cuando crucé por donde ella estaba, pasé de largo.

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