Etiquetas

viernes, 26 de enero de 2024

El sueño de la otra noche

 

La otra noche soñé con un amigo. No mi mejor amigo, pero sí uno al que quise muchísimo.

En el sueño íbamos a un curso en cierta facultad, un curso que no me interesaba pero que estaba obligada a tomar para cubrir créditos. Él, en cambio, sí iba porque le interesaba.

Nos encontramos en las escaleras de entrada y empezamos a platicar:

¾Hola, ¿cómo te ha ido?

¾Bien, gracias.

¾¿Qué haces aquí? Vienes al curso.

¾

¾Yo también.

¾¿Qué has hecho de tu vida?

¾Me titulé ¿y tú?

¾Volví a cambiarme de carrera.

        Ya saben, fue ese tipo de conversación genérica, insípida e insustancial. No obstante, me sentía radiante, feliz… tan feliz como no sentía en años y simplemente por intercambiar unas cuantas palabras con un viejo conocido. De repente, el tedioso curso al que me veía obligada a ir ya no era tan tedioso, es más, podría jurar que se volvió emocionante por el simple hecho de saber que iba a pasar tiempo con mi amigo.

…O eso pensé durante aquella maravillosa charla increíblemente corta, Porque en cuanto entramos al salón mi amigo se sentó hasta enfrente, justo en el centro de los asientos para darle toda la atención a la clase. Yo no pude seguirlo, no me atreví. Iba a incomodar a todos los ya sentados al pedirles permiso para pasar. Además, no parecía él quisiera sentarse conmigo, de ser así me hubiera dicho. En cambio, en cuanto entramos, se fue por su lado como si yo no existiera, así que decidí hacer lo mismo y me fui a los asientos desocupados de atrás.

A la hora de la salida intenté alcanzarlo, pero fue inútil, cuando logré llegar a su lugar ya se había ido. Intenté buscarlo en la multitud que salía y lo vi terminando de bajar las escaleras. Aquello era peor de lo que pensaba ¡Se había ido sin despedirse!

Al día siguiente lo vi bajar del camión y quise seguirlo, pero iba demasiado rápido. No intenté alcanzarlo porque yo no puedo correr, él sabe que yo no puedo correr, y al entrar al salón no lo vi, pero tenía la terrible sensación que él no quería verme, sensación que se incrementó cuando, en el día libre, entre con una amiga a un café y lo vi sentado en una de las bancas y bajó la mirada en cuanto me vio entrar. Que más hubiera querido que correr a su encuentro, decirle: ¾Hola, ¿cómo estás? Ya no te he visto. ¿Sabías que la única razón por la que aún no abandono el curso es la esperanza de verte otra vez? ¾. Pero decir eso es vergonzoso y ante mi amiga debía conservar las apariencias. Así que pasé a su lado fingiendo no conocerlo.

 Entonces me desperté, con un vacío en el estómago y con la sensación de qué había perdido algo, aunque no sabía exactamente qué y supongo que nunca lo sabré. Lo que sí sé es que probablemente nunca vuelva a sentir aquella sensación de felicidad inmensa que me provocaba hablar con él y que probablemente todo lo que he hecho hasta ahora era un intento desesperado por volver a sentirla. Claro que era un intento vano que nunca rindió sus frutos y por eso me siento totalmente fracasada, aunque en apariencia he logrado todo lo que he querido.

Lo peor es que todavía hace unos meses pensaba que podía seguirlo y acortar la distancia entre nosotros, pero ahora sé que es imposible porque cuando me lastimé y terminé en el hospital él ni siquiera me escribió para preguntar cómo estaba. Comprensible porque ya van para seis años que no hablamos. Ahora nuestra casi nula interacción es a través de Facebook.

Y aunque me decepciona no ser tan especial para mi amigo como él sí lo era para mí, toda la culpa fue mía por no haberle hecho saber cuánto lo quería.